domingo, 5 de febrero de 2017

La nómina mantuana al parecer recuperada de su racha de descalabros, derrotó al equipo de San Luis en el primero de dos enfrentamientos realizados en la mañana de hoy.
Lo locales, liderados por la fuerte ofensiva y el  certero picheo de su abridor Reinier Sordo superaron a los lobos sanluiseños 8 anotaciones por 4.
Aunque  estos enfrentamientos, pertenecientes a la primera categoría, sirven de base para la preparación de las figuras noveles de nuestro deporte nacional, también requieren de mejorar algunos aspectos, como la divulgación de los encuentros, los temas referidos a la transportación del los atletas y la calidad del arbitraje.

Al cierre de esta información se realizaban los preparativos para comenzar el segundo enfrentamiento correspondiente a la fecha.




 

lunes, 23 de enero de 2017

En Mantua acto por el 121 aniversario del fin de la Invasión + fotos


La Plaza de Mangos de Roque fue el escenario del acto por el 121 aniversario  del fin de la Invasión de oriente a occidente, el 22 de enero de 1896.

Portadores de estandartes libertarios, los mambises del presente acompañaron al pueblo de la villa en el homenaje que recuerda el decisivo hecho de armas.

Las nuevas generaciones confirmaron la lección de unidad legada por aquella tropa, mezcla de negros, mulatos y blancos, capaces de materializar tan asombrosa proeza militar.

La voz del arte reflejó el arraigo del pueblo a sus tradiciones mambisas, y la huella inmortal del General Antonio en esta tierra del occidente pinareño.


Calificado como el hecho militar más brillante del siglo XIX en Cuba, la invasión marcó el declive del poderío militar español en la isla y la iniciativa permanente de las armas cubanas. 

Dos padres


(Tomado de TelePinar)

Empuñaba la cámara en medio de un concierto cuando mi abuelo falleció.
“¿Qué vas a hacer?”-  preguntó el mensajero.
“Terminar,  al viejo no le gustaría que deje el  trabajo a medias”
Pipo- como le llamábamos en casa - no toleraba las chapuzas. Campesino, músico y carpintero se las arregló para enseñarme a leer y a escribir a los cuatro años, y con las letras me inculcó una filosofía en la que no tienen cabida la informalidad, las falsas promesas y la injusticia, por leves que sean.
Plantó muchos naranjos en Sandino, y de allí trajo el gran perro criollo, amigo de mis correrías infantiles por los bosques de Santana.
No estuvo en las montañas del Escambray como muchos guajiros de Mantua; la orden fue quedarse a cargo de familias y cosechas, que eran misiones tan importantes para la naciente patria como disparar una metralleta checa contra los enemigos de su clase.
También sembró pinos en las lomas de, Cabeza de Horacio y la Fundora, y puede que haya estrechado la mano de Cofiño quien, por esos días, escribía su novela de mujeres y combates entre las gentes más humildes de la Isla.
El viejo estuvo en las trincheras cuando la crisis de octubre, asistió a la Segunda Declaración de La Habana,  aquel día luminoso de febrero, y me hizo crecer al  calor de sus leyendas con sabor a Revolución.
Guiado por su verbo, “disparé” mi rifle plástico contra los mercenarios  y “perseguí” bandidos en los potreros de la finca.
Un buen día llegó a casa con dos cuadros: un corazón de Jesús y la imagen de Fidel con boina miliciana, y sin ceremoniales- que nunca fue de esos-  los colocó en la pared de la sala. En silencio comprendimos su parábola respetuosa del linaje familiar, pleno de santos y promesas, y la sencilla devoción por el  libertador de la patria. 
Mis primeros “discursos” los lancé desde improvisado pódium con los taburetes de la abuela. El viejo y su sobrino, Ramoncito, dibujaban mi barba con carbón, me encasquetaban  una gorra verde olivo y colgaban de mi hombro el fusilito veintidós. Pipo miraba a todos  satisfecho y decía que, sin falta, “yo tenía que ser militar”.
Por eso su gran disgusto con mi decisión de estudiar lengua inglesa en la Universidad.
“¿Inglés?, ¿Y pa´qué? Eso es lo que hablan los yanquis”, y estuvo varios días “encasquillado” como solo él sabía.  Después lo comprendió todo, y dejó a un lado los prejuicios  naturales de quien vivió el abuso de los vejadores amarillos con armas Made in USA.
Enfermo, en una cama de hospital, le di un abrazo, y supe que era la última vez que lo veía con vida. Su sonrisa triste me hizo recordar cuánto dejé de preguntarle y las conversaciones que pospuse por mis prisas y asuntos “importantes”.

II

El 25 de noviembre se detuvo el corazón de Fidel. En casa dormíamos y mi hermano, desde Chile, me dio la noticia.
“¿Qué piensas hacer?- preguntó
Y la respuesta fue sencilla:

“Me voy al trabajo; allí es donde él me necesita ahora”.

No soy pobre



Así lo dice el Pepe Mujica, y a mí me da por pensar en mi casita de tres piezas, fácil de barrer y limpiar, donde el calor de uno es calor del otro.

No tengo un auto, ni cuentas en el banco, ni propiedades que avalen mi “afortunada” condición. Quince años atrás mis hijas solían  comparar nuestro hogar con el de los tres cerditos: no el de ladrillos, con rejas y chimenea; sino el de ramas y paja, endeble refugio contra el lobo feroz.

Era el final de los noventa y poco, o nada, quedaba para dedicar a la arquitectura. Los matrimonios jóvenes tenían la opción de vivir en casa de mamá, especie de condena para la esposa, o en el cubil de la suegra, entidad permanente del bien y del mal, diseñada para acelerar el estrés de aquellos tiempos.  Era mejor la opción de la pequeña morada, donde las reglas familiares se aprendían sobre la marcha a fuerza de aciertos y desaciertos.

Cocina de carbón, o estufa adaptada para trabajar con diesel, profesión alternada con la agricultura doméstica, un carro de caballos por transporte y hacer economías, ni pensarlo.

Pasamos vicisitudes  y mucho más, pero nunca se nos ocurrió aquello de , ser pobres. Y es que la miseria incluye degradaciones que no comulgan con lo que solemos llamar, cultura de resistencia; esa que incluye austeridad, necesidades por satisfacer e innovaciones que garantizan la supervivencia.

Año 1993- el más difícil- y mi abuela sirve la mesa: sobrio menú compuesto por harina de maíz, yuca sin grasa y una tostada de pan de boniato. Dos lagrimones corren por mis imberbes mejillas, aprieto el cinturón y empuño la cuchara. Ese año, de tanta sequía, ni el arroz creció. Los meteorólogos culparon al fenómeno de, El Niño; yo lo achaqué, “a la pobreza”.

_ ¡Ni se te ocurra decir eso otra vez!- dijo mi abuela hecha una furia- ¡Con Batista era peor!
Y sus palabras incomprendidas, hoy encierran una esencia que sin falta debemos propalar.
El viejo Rungo sentenciaba, “Tu familia vivía mejor en el otro gobierno. Tenía vacas, sembrados y algún dinero”.
Fui a la carpintería de mi abuelo y lancé la pregunta.

_ Sí, es verdad, teníamos vacas, puercos y sembrados; y que la tierra era nuestra, pero no teníamos ni un poquito así de dignidad.
Entonces me contó una historia.
_ Yo estaba arando, casi pegado a la casa, dejé un momento la yunta para almorzar, y los vi venir: dos camiones repletos de casquitos y un jeep con oficiales. Solté el plato y me lancé a los bueyes, ¡Para ni verlos! pero ya estaban arriba de mí. “No te asustes porque veas guardias”, dijo uno, y yo, de bocón con mil razones le solté: “Yo no me asusto ni con todo el ejército de Batista”.   No me cargaron para el cuartel y me molieron a palos porque uno de ellos era de la zona.  En el paso del río se encontraron con mi padre, y lo humillaron. Buscaban a los barbudos de Pica Pica y estaban furiosos.

_ ¿Y eso qué tiene que ver con la pobreza?- pregunté.
_ Parece mentira- dijo en  tono de reproche- hoy estamos mal y comemos harina pa´ almuerzo y comida, pero nadie viene a darnos con el plan del machete, ni a maltratarnos. ¡Apréndelo bien, carajo, que tú eres de los nuevos de Fidel!
Quince días después mi abuelo sufrió un accidente, estuvo muy grave y fui a visitarlo al Hospital Provincial. Apenas lo distinguí entre la maraña de médicos,  cables y monitores. Me guiñó un ojo, acerqué mis labios a su oído y susurré:
_Pipo, tenías razón, ni somos pobres, ni estamos tan mal.


Con el tiempo mejoré las paredes de mi casa, también el techo, aunque conservo los mismos metros cuadrados. La familia creció, ya somos cinco- incluyendo un yerno que de vez en cuando se sienta a la mesa- Tengo varios empleos, suelo fregar los platos a la hora del almuerzo- que ya no es harina de maíz, ni pan de boniato- y cocino un pollo de primera; mi hija mayor se prepara para ingresar a la universidad, la menor quiere ser médico y yo, obstinado como soy, y sin necesidad de otras demostraciones, confirmo mi austeridad de a pie, esa que en modo alguno, me hace pobre.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Momias




La siguiente historia es ficticia,
cualquier parecido con la realidad es pura  coincidencia.
Como un autómata lo sigo  hasta el  lateral  del cementerio.  
_ Este lugar  está en desarrollo- dice. Aquí pretendemos hacer bóvedas, porque la gente se muere más que nunca y las que hay,  no alcanzan.
Al pasar toma de encima del muro un pequeño segmento tubular, especie de llave casera que supuse abriría alguna de las dependencias fúnebres.
En nuestro camino un sepulcro recién abierto expide el terrible hedor de la muerte. Por respeto no llevo el pañuelo a mi rostro, pero mi expresión  no pasa desapercibida  para el sepulturero.
_ Ayer desenterramos un cuerpo y la pestilencia se mantiene un par de días.
_ ¿No rondan los animales?
_ Por increíble que parezca, no. Jamás se acercan a un nicho abierto.
Llegamos a un recinto de unos  quince  metros cuadrados. La reja de barras aceradas está cubierta por planchas de aluminio. Dueño de sus rutinas, el enterrador abre el candado, gira el portón y me invita a mirar.
Pocas veces alguien común y corriente se ha enfrentado a esta pesadilla.
Empaquetados en sacos de nylon una docena de cadáveres yacen sobre el bronco suelo de cemento.
_ Son momias, - dice- como no se descomponen;  las ponemos aquí.
El transparente material deja entrever los últimos rasgos humanos de aquellos cuerpos. Mandíbulas abiertas, rostros de narices consumidas,  dentaduras amenazantes y cuencas que apuntan al vacío.  
_ ¿Cómo es posible?
_ Suele ocurrir que se momifiquen.
_ ¿Esta es la única solución?
El enterrador se encoge de hombros.
_ ¿Y los familiares?- pregunto.
_ La mayoría – dice señalando los cadáveres- no tienen. Otros son trasladados de conformidad con sus parientes.
Las ropas apenas existen; y las pieles,  cetrinas, consumidas, apergaminadas,  dibujan  huesos, cartílagos y restos de músculos con exactitud anatómica.   De los cráneos semidesnudos resbala el largo pelo de color impreciso. 
Impresionan las cuerdas que atan el nylon. Recuerdo un filme de terror en el que el asesino envolvía  a las víctimas de igual manera.
_ ¿Y, cuánto tiempo estarán aquí?
_ Eso no lo sé. Depende…
_ ¿De qué?
_ De si se consumen o terminan por podrirse. El proceso suele tardar años.
No quiero mirar, pero es imposible evitarlo. “Es morboso estar aquí”- pienso.
Desde la reja se puede mirar dentro, el pedazo de zinc no es muy grande y, fácilmente se puede echar una ojeada sin necesidad de entrar;  y está a apenas veinte metros de la acera.
El sepulturero lee mis pensamientos.
_ Es lo que hay- dice.
_ Bien, es suficiente. Vamos.
_ Déjeme cerrar.
“¿Ausencia de humanidad, o un mal necesario?- pienso- ¿Cómo es posible que no tengan un palmo de tierra donde ser sepultados?”
_ “Polvo eres y al polvo irás”- musita el funerario
Me despido, le doy la mano, pero no consigo mirarle a los ojos. El sol es tenue y las gentes pasan por mi lado. Van a sus asuntos sin imaginar que, muy cerca de ellos, un dantezco episodio los acompaña. Seguramente alguno - incluso yo-  terminará momificado, dentro de un saco de nylon en la  macabra caseta de ese cementerio que ahora me resulta repulsivo.

Amores al viento.



Haberte conocido me impregnó de brisas y marismas escondidas. Eres  el recuerdo de una fría tarde, un aula universitaria; tú, abstraída entre los bits de una PC,  y yo, un poco anticuado para tanto desenfado, esperándote en el auto mientras conversaba insignificancias con mi chofer y miraba nervioso por el retrovisor.
¡Al fin!
Tu figura menuda,   pelo rubio en descuidada cola, minifalda de mezclilla, blusa breve, zapatillas de marca, bolso de piruja y  sonrisa  descarada deambulando en los labios.
Entre la amiga del chofer y tú,  pactos  sutiles para este encuentro;   nada serio que nos involucrara,  solo la   experiencia estridente de  una jovencita atrevida  y un señor de sienes plateadas;  veinticuatro y  cuarenta,  un universo de quimeras imposibles de pasar por alto; disquisiciones pospuestas para momentos de mayor moralidad.
El saludo de rigor y el auto devorando kilómetros. La amante del driver jugando con su alopecia,  tú, hablando de cosas triviales y  yo  mirando el reflejo de tu rostro apetecido en el espejo interior sin atreverme a más que a una sonrisa.
Litoral fuera de temporada, arena colmada de algas, viento frío y nosotros- cercanos y escurridizos-  junto al agua, mientras mi piloto, dentro del lada rojo, hacía de las suyas con su amiga.
Te apoyaste en mi pecho buscando amparo del afilado norte, y fue bueno. Después acertaste  en mis ojos,  y tu aliento dulce penetró los poros de mi rostro hasta los mecanismos primitivos de mi condición de hombre. Ansioso te besé y te precipitaste cual fina tigresa tantas veces imaginada.
A la sombra de un mangle, me hablaste de tu carrera universitaria frustrada en quinto año por  aquel viaje al exterior  que  siempre posponías;  supe de tu tiempo dedicado a trabajar en Autoayuda, con enfermos del SIDA y mucho más que  apenas recuerdo de tanto deleitarme en tus  ojos  de mar  encrespado.
Así nos exploramos, prefiriendo ocultar lo que pudiera empañar el momento: yo, casado, me declaré en proceso de  divorcio;  tú, en breve te marchabas del país y optaste por el silencio.
Abandonamos el lugar para buscar refugio del viento y dar riendas sueltas al romance de estreno. Kilómetros desandados; la chica del chofer, ahora de copiloto;  y nosotros, tomados de la mano, en el asiento trasero.
Cálida habitación, tú hermosa, divina,  y  yo,  decidido a  conquistar la incontenible pasión contenida al sur de tu garganta.
Así fue desde entonces; la difícil cuesta de vernos a escondidas sin comprender que nuestro tiempo se acababa en los efímeros momentos proporcionados por el lecho de una habitación rentada y la esperanza improbable de que, esa vez, no fuera la última.
Comencé a sentirte cercana, y sin sorpresa,  me supe enamorado. Entonces vino la confesión que gravitaba entre los dos; aquello que no te hacía involucrar más allá del sexo: “me marcho del país”.
Aquella tarde- la última-  me invitaste a pasar el fin de año juntos; dijiste que, al menos nos debíamos eso y que después veríamos, que quizás tu vuelo del dos de enero se retrasaba;  yo  prometí volver antes de navidad y en mis ojos leíste la utopía.
Puse  rumbo a mi vida anterior. Después supe  que fueron muy difíciles tus  últimos momentos en Cuba, y que tal vez, si hubiese estado a tu lado como me pediste, no te hubieras ido. 
Pasado un  tiempo, alguien me mostró tus fotografías, escondida entre  ropas de abrigo, protegiéndote de ese frío que tanto odiabas; en tus labios una sonrisa forzada y la añoranza a gritos en el umbral de tus ojos. Te acompañaba un señor de cabellos rubios y expresión  idiotizada. Sonreí con desgano y comprendí que era mejor así: tú, a tu gélido destino, y yo, a mis asuntos, sin más testigos de nuestro pasado que una dirección electrónica en mi vieja agenda del 2006, y nuestros nombres grabados en la corteza de un pino solitario, bañado de vientos y salitres,  en una playa azotada por las olas del crudo mar de invierno.

viernes, 9 de diciembre de 2016

"Oda al Comandante”

"Oda al Comandante”

                          Por: Pablo A. Pitaluga

¡Bendito el hombre que en su peregrinar comparte sueños!
¡Bendito aquel que los toma y los hace realidad!

! Bendito el hombre que irradia esperanza!
¡Bendito aquel que brinda bienestar!

¡Bendito el hombre que a su pueblo protege!
¡Bendito aquel que le ofrece igualdad!

¡Bendito el hombre que cimienta caminos!
¡Bendito aquel que no ceja al andar!

¡Bendito el hombre que planta semillas y que alcanza verlas brotar!
¡Bendito aquel, que extinguida su vida, se convierte en apóstol de la dignidad!