lunes, 12 de diciembre de 2016

Momias




La siguiente historia es ficticia,
cualquier parecido con la realidad es pura  coincidencia.
Como un autómata lo sigo  hasta el  lateral  del cementerio.  
_ Este lugar  está en desarrollo- dice. Aquí pretendemos hacer bóvedas, porque la gente se muere más que nunca y las que hay,  no alcanzan.
Al pasar toma de encima del muro un pequeño segmento tubular, especie de llave casera que supuse abriría alguna de las dependencias fúnebres.
En nuestro camino un sepulcro recién abierto expide el terrible hedor de la muerte. Por respeto no llevo el pañuelo a mi rostro, pero mi expresión  no pasa desapercibida  para el sepulturero.
_ Ayer desenterramos un cuerpo y la pestilencia se mantiene un par de días.
_ ¿No rondan los animales?
_ Por increíble que parezca, no. Jamás se acercan a un nicho abierto.
Llegamos a un recinto de unos  quince  metros cuadrados. La reja de barras aceradas está cubierta por planchas de aluminio. Dueño de sus rutinas, el enterrador abre el candado, gira el portón y me invita a mirar.
Pocas veces alguien común y corriente se ha enfrentado a esta pesadilla.
Empaquetados en sacos de nylon una docena de cadáveres yacen sobre el bronco suelo de cemento.
_ Son momias, - dice- como no se descomponen;  las ponemos aquí.
El transparente material deja entrever los últimos rasgos humanos de aquellos cuerpos. Mandíbulas abiertas, rostros de narices consumidas,  dentaduras amenazantes y cuencas que apuntan al vacío.  
_ ¿Cómo es posible?
_ Suele ocurrir que se momifiquen.
_ ¿Esta es la única solución?
El enterrador se encoge de hombros.
_ ¿Y los familiares?- pregunto.
_ La mayoría – dice señalando los cadáveres- no tienen. Otros son trasladados de conformidad con sus parientes.
Las ropas apenas existen; y las pieles,  cetrinas, consumidas, apergaminadas,  dibujan  huesos, cartílagos y restos de músculos con exactitud anatómica.   De los cráneos semidesnudos resbala el largo pelo de color impreciso. 
Impresionan las cuerdas que atan el nylon. Recuerdo un filme de terror en el que el asesino envolvía  a las víctimas de igual manera.
_ ¿Y, cuánto tiempo estarán aquí?
_ Eso no lo sé. Depende…
_ ¿De qué?
_ De si se consumen o terminan por podrirse. El proceso suele tardar años.
No quiero mirar, pero es imposible evitarlo. “Es morboso estar aquí”- pienso.
Desde la reja se puede mirar dentro, el pedazo de zinc no es muy grande y, fácilmente se puede echar una ojeada sin necesidad de entrar;  y está a apenas veinte metros de la acera.
El sepulturero lee mis pensamientos.
_ Es lo que hay- dice.
_ Bien, es suficiente. Vamos.
_ Déjeme cerrar.
“¿Ausencia de humanidad, o un mal necesario?- pienso- ¿Cómo es posible que no tengan un palmo de tierra donde ser sepultados?”
_ “Polvo eres y al polvo irás”- musita el funerario
Me despido, le doy la mano, pero no consigo mirarle a los ojos. El sol es tenue y las gentes pasan por mi lado. Van a sus asuntos sin imaginar que, muy cerca de ellos, un dantezco episodio los acompaña. Seguramente alguno - incluso yo-  terminará momificado, dentro de un saco de nylon en la  macabra caseta de ese cementerio que ahora me resulta repulsivo.

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