El Tigre, Pomponio o José Ignacio de Jesús de los Antonios Valdés y
Vázquez es todo un nombre, un auténtico nombre para no olvidar.
Mantuano bueno, de esos que llevan la cultura en el alma y el duro
bregar en las manos. Rostro sanguíneo, pelo amarillo ensortijado y
ojillos reidores que parapetan la bondad tras el grueso vidrio de unos
espejuelos corrientes.
Lo recuerdo de siempre, pero más de mis tiempos de chiquillo
descubridor de maravillas en la pantalla grande de mi pueblo. Solía
sentarse en el último asiento a la derecha- era su trono- y desde allí
guiaba el concierto de risas, comentarios y expresiones que el público
seguía en sintonía imitativa, por arte de reflejos condicionados en
tantas noches divertidas.
El tiburón sangriento,
Sandokan,
Mac Max y
Asterix y Obelix
contra el César. En cada filme, Pomponio animaba el orfeón hilarante
que, sin ofensas, era aceptado como parte de la polifonía jaranera de la
villa.
Tenía áurea como conductor de rodeo. Las gentes asistían al
espectáculo para combinar el trajinar de los cowboys con las parrafadas
de, El Tigre.
_ “Ahí sale el toro”- decía, pero el toro se negaba a saltar
muy a pesar del castigo que le propinaba la espuela del jinete. Pompo
volvía a la carga: “
Pobre del toro, matado de tirar de las carretas”.
Dicen que también narraba partidos de pelota y que, al estilo del loco Barbera, solía hacerlo del primero al noveno
inning… en medio del parque, sin jugadores, rodeado de chiquillos y curiosos.
Tractorista, operador de
bulldocer, cargador de leña,
dulcero y cuanto trabajo honrado apareciera, Pomponio pudo ser un gran
artista del tablado. Digo, artista reconocido y aplaudido en los grandes
escenarios de Cuba, porque en su fuero interno nunca dejará de serlo.
Estudioso, lector implacable de cuanto texto -bueno y malo-
apareciera, fue fundador del grupo de teatro de la localidad y las obras
del “Escambray”, y los clásicos cubanos y foráneos encontraron en su
voz, su mímica y su entrega una muy particular manera de interpretar que
dejaba “bocayabiertos” a cuantos se asomaban al ensayo o a la puesta en
escena.
José Ignacio del Jesús se estrenó como boxeador, primero en el
cuadrilátero de la villa; después en los pueblitos del territorio. Alto,
con más de noventa kilos, llegaba al encuentro con la guardia alta y la
palabra en ristre. Preguntaba por el contrincante y le soltaba:
_”Prepara tu entierro, que ya apestas a cadáver”.
La jugada le resultó en incontables oportunidades hasta que, en Minas
de Matahambre, le cambiaron el contrincante por el entonces creciente
Félix Savón. No cruzó palabras con el “acorazado”; saltó por la
ventanilla del lavado, agarró el ómnibus y fue a parar a Mantua.
_”Pompo, perdiste por no presentación”- le decían.
_”
Nada perdí”- replicaba-
“porque esa misma noche me retiré del deporte activo”.
Cuentan que él mismo se autodenominó, El Tigre; en una discusión de
pelota, acompañado de sus hijos de doce y catorce años, alguien no
estuvo de acuerdo con sus teorías acerca del “umpire” y, ¡puáfata! Así
comenzó la trifulca en la que de nada le sirvió su pegada de antiguo
boxeador manigüero.
Cuando despertó del “knock out” preguntó,
“a cuántos había matado el trueno”, para acto seguido encarar a sus retoños por la pasividad demostrada.
_ “Cuando el Tigre está en peligro– les dijo-,
¡Ataquen!
Conocido por los tantos nombres que presiden estas líneas, su mayor
legado pertenece al cariño desmedido que guarda por el “Ocuco”. Desde
1987 andan por las carreteras y caminos de esta isla. Caballo brioso, de
cabeza azul y cuerpo gris, el Zil 130 fabricado en la ex Unión
Soviética, allá por el año 64, ha sido testigo de los momentos más
cruciales en la vida de Jesús de los Antonios Valdés y Vázquez.
_”El Ocuco– afirma-
tiene todo mi respeto. Y va a ser así hasta el día en que yo muera, y él conmigo”.
En el corcel ruso ha tenido varios percances no fatales que
enriquecieron su acervo pueblerino. Cuentan que en las curvas de Canina,
un giro imprudente de Onel, el Calvo, chofer de la Empresa Eléctrica
local, hizo que el hocico del Ocuco le rayara desde la cabina hasta el
intermitente trasero del Gaz 66.
Temeroso de las consecuencias ante una posible alcoholemia, Onel se
lanza al tanque del petróleo, quita la manguera y se da dos largos
buches de combustible; El Tigre, que lo observa desde el estribo
averiado de su bestia le lanza, entre furioso y divertido:
_ ¡Calvo, si te ahogas no te pago!
Aquella tarde de gala, los mantuanos asistíamos en masa a un acto en
el vecino Guane. Entre los camiones contratados para el acarreo del
personal figuraba el Ocuco.
_”Para mí– dijo el Pompo a la radio local-
es un alto
honor trasladar a los compañeros a este importante acto. Pueden contar
conmigo y con mi corcel de batalla para lo que sea”.
Montaron cuarenta y tres y, subiendo las lomas próximas al poblado de
Antúnez comenzaron los problemas. El Ocuco perdió la fuerza, José
Ignacio de Jesús redujo de Cuarta a Tercera, de Tercera a Segunda y,
como no podía detener la caída sacó la cabeza por la ventanilla y
anunció a sus pasajeros:
_ ¡Solo me queda por poner Primera!
El Ocuco comenzó a responder.
_ ¡Vaya, Yoil- le dijo al hijo mayor que lo acompañaba- Segunda, y mira, ¡Tercera!”
El muchacho hizo un mohín y, mirando por la ventanilla le soltó:
_ Aaahh, papi, ya ahí arriba no queda nadie, todos se lanzaron.
En días recientes tuve la oportunidad de entrevistar a José Ignacio
de Jesús de los Antonios Valdés y Vázquez, “teatrista” empedernido,
dueño del camión con más historias en la villa y protagonista de sucesos
que alguien tendrá a bien incluir en un libro. Hablamos de la cultura,
del declive de valores y de cuanto se puede hacer para que esta villa,
cuna de artistas y patriotas, vuelva a brillar como antaño.
_”
Mira – me dijo nostálgico-
cuando nosotros actuábamos,
la gente no cabía en el salón y se subían a los muros y ventanas. Pero
teníamos una Casa de Cultura y un puñado de instructores motivados. Hoy
ni Casa de Cultura tenemos; y son más de cincuenta instructores de arte y
a muy pocos se les promueve el bichito que tienen los creadores.”
Miró en la distancia, enmudeció por unos instantes mientras revolvía
el dulce de semillas de mango que hacía en el horno del patio.
_
“No hace falta tener muchos recursos, lo que se necesita es un
gran corazón en medio del pecho para que el espíritu del mantuano vuelva
a surgir con fuerza. Usted a lo mejor piensa que yo estoy loco, pero no
es así. Yo estoy convencido de lo que digo. Y la Casa de Cultura
tenemos que hacerla sin falta con la ayuda de todos, porque no es una
construcción más en este pueblo; es una parte importantísima de cada uno
de nosotros sin la cual le falta un pedazo a la historia de Mantua.”