
Mantuano bueno, de esos que llevan la cultura en el alma y el duro bregar en las manos. Rostro sanguíneo, pelo amarillo ensortijado y ojillos reidores que parapetan la bondad tras el grueso vidrio de unos espejuelos corrientes.
Lo recuerdo de siempre, pero más de mis tiempos de chiquillo descubridor de maravillas en la pantalla grande de mi pueblo. Solía sentarse en el último asiento a la derecha- era su trono- y desde allí guiaba el concierto de risas, comentarios y expresiones que el público seguía en sintonía imitativa, por arte de reflejos condicionados en tantas noches divertidas.
El tiburón sangriento, Sandokan, Mac Max y Asterix y Obelix contra el César. En cada filme, Pomponio animaba el orfeón hilarante que, sin ofensas, era aceptado como parte de la polifonía jaranera de la villa.
Tenía áurea como conductor de rodeo. Las gentes asistían al espectáculo para combinar el trajinar de los cowboys con las parrafadas de, El Tigre.
_ “Ahí sale el toro”- decía, pero el toro se negaba a saltar muy a pesar del castigo que le propinaba la espuela del jinete. Pompo volvía a la carga: “Pobre del toro, matado de tirar de las carretas”.
Dicen que también narraba partidos de pelota y que, al estilo del loco Barbera, solía hacerlo del primero al noveno inning… en medio del parque, sin jugadores, rodeado de chiquillos y curiosos.

Estudioso, lector implacable de cuanto texto -bueno y malo- apareciera, fue fundador del grupo de teatro de la localidad y las obras del “Escambray”, y los clásicos cubanos y foráneos encontraron en su voz, su mímica y su entrega una muy particular manera de interpretar que dejaba “bocayabiertos” a cuantos se asomaban al ensayo o a la puesta en escena.
José Ignacio del Jesús se estrenó como boxeador, primero en el cuadrilátero de la villa; después en los pueblitos del territorio. Alto, con más de noventa kilos, llegaba al encuentro con la guardia alta y la palabra en ristre. Preguntaba por el contrincante y le soltaba:
_”Prepara tu entierro, que ya apestas a cadáver”.
La jugada le resultó en incontables oportunidades hasta que, en Minas de Matahambre, le cambiaron el contrincante por el entonces creciente Félix Savón. No cruzó palabras con el “acorazado”; saltó por la ventanilla del lavado, agarró el ómnibus y fue a parar a Mantua.
_”Pompo, perdiste por no presentación”- le decían.
_”Nada perdí”- replicaba- “porque esa misma noche me retiré del deporte activo”.
Cuentan que él mismo se autodenominó, El Tigre; en una discusión de pelota, acompañado de sus hijos de doce y catorce años, alguien no estuvo de acuerdo con sus teorías acerca del “umpire” y, ¡puáfata! Así comenzó la trifulca en la que de nada le sirvió su pegada de antiguo boxeador manigüero.
Cuando despertó del “knock out” preguntó, “a cuántos había matado el trueno”, para acto seguido encarar a sus retoños por la pasividad demostrada.
_ “Cuando el Tigre está en peligro– les dijo-, ¡Ataquen!
Conocido por los tantos nombres que presiden estas líneas, su mayor legado pertenece al cariño desmedido que guarda por el “Ocuco”. Desde 1987 andan por las carreteras y caminos de esta isla. Caballo brioso, de cabeza azul y cuerpo gris, el Zil 130 fabricado en la ex Unión Soviética, allá por el año 64, ha sido testigo de los momentos más cruciales en la vida de Jesús de los Antonios Valdés y Vázquez.
_”El Ocuco– afirma- tiene todo mi respeto. Y va a ser así hasta el día en que yo muera, y él conmigo”.
En el corcel ruso ha tenido varios percances no fatales que enriquecieron su acervo pueblerino. Cuentan que en las curvas de Canina, un giro imprudente de Onel, el Calvo, chofer de la Empresa Eléctrica local, hizo que el hocico del Ocuco le rayara desde la cabina hasta el intermitente trasero del Gaz 66.
Temeroso de las consecuencias ante una posible alcoholemia, Onel se lanza al tanque del petróleo, quita la manguera y se da dos largos buches de combustible; El Tigre, que lo observa desde el estribo averiado de su bestia le lanza, entre furioso y divertido:
_ ¡Calvo, si te ahogas no te pago!
Aquella tarde de gala, los mantuanos asistíamos en masa a un acto en el vecino Guane. Entre los camiones contratados para el acarreo del personal figuraba el Ocuco.
_”Para mí– dijo el Pompo a la radio local- es un alto honor trasladar a los compañeros a este importante acto. Pueden contar conmigo y con mi corcel de batalla para lo que sea”.
Montaron cuarenta y tres y, subiendo las lomas próximas al poblado de Antúnez comenzaron los problemas. El Ocuco perdió la fuerza, José Ignacio de Jesús redujo de Cuarta a Tercera, de Tercera a Segunda y, como no podía detener la caída sacó la cabeza por la ventanilla y anunció a sus pasajeros:
_ ¡Solo me queda por poner Primera!
El Ocuco comenzó a responder.
_ ¡Vaya, Yoil- le dijo al hijo mayor que lo acompañaba- Segunda, y mira, ¡Tercera!”
El muchacho hizo un mohín y, mirando por la ventanilla le soltó:
_ Aaahh, papi, ya ahí arriba no queda nadie, todos se lanzaron.
En días recientes tuve la oportunidad de entrevistar a José Ignacio de Jesús de los Antonios Valdés y Vázquez, “teatrista” empedernido, dueño del camión con más historias en la villa y protagonista de sucesos que alguien tendrá a bien incluir en un libro. Hablamos de la cultura, del declive de valores y de cuanto se puede hacer para que esta villa, cuna de artistas y patriotas, vuelva a brillar como antaño.
_”Mira – me dijo nostálgico- cuando nosotros actuábamos, la gente no cabía en el salón y se subían a los muros y ventanas. Pero teníamos una Casa de Cultura y un puñado de instructores motivados. Hoy ni Casa de Cultura tenemos; y son más de cincuenta instructores de arte y a muy pocos se les promueve el bichito que tienen los creadores.”
Miró en la distancia, enmudeció por unos instantes mientras revolvía el dulce de semillas de mango que hacía en el horno del patio.
_ “No hace falta tener muchos recursos, lo que se necesita es un gran corazón en medio del pecho para que el espíritu del mantuano vuelva a surgir con fuerza. Usted a lo mejor piensa que yo estoy loco, pero no es así. Yo estoy convencido de lo que digo. Y la Casa de Cultura tenemos que hacerla sin falta con la ayuda de todos, porque no es una construcción más en este pueblo; es una parte importantísima de cada uno de nosotros sin la cual le falta un pedazo a la historia de Mantua.”
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