miércoles, 7 de diciembre de 2016

Miedos



Creer   es difícil....  sobre  todo    se trata de cosas  que  pertenecen a un pasado  oscuro donde  las sombras del tiempo  aguardan en actitud amenazante.
Por  los  años  50,  Emérito Boza, el  padre  de  mi  abuelo Gabriel,  compró la   finca  Montemalo. La heredad,  haciendo  honor  a  su  nombre,   se  encontraba ubicada  en tierras  salvajes de  dudosa  reputación  e  historias  estridentes.  Había  tenido  la  finca  muchos    dueños los  quepor  diversas  razones,    abandonaron  sus   tierras  sin  que  mediaran palabras  para explicar  aquel  desarraigo. 
El éxodo se  detuvo  con  la llegada  de  los Boza, quienes se  mantuvieron cultivándolas  por  más  de  veinte años.  Luego, las  tierras cansadas  de  dar  frutos, fueron  vendidas  al Gobierno  por  el  año  1979, y pronto la manigua envolvió la finca donde  los  míos vieron   al  horror  personificado caminar  sobre  la tierra.
La casona, de  la  cual los cimientos aun resisten el tiempo, estaba  emplazada  en un suave  declive, entre    ondulaciones  de  pasto y el  monte  espeso, por  cuya  falda    corría  un   riachuelo tributante de   aluviones  al pródigo  valle.
Tenía  mi  tío  Ángel  unos  6  años  y  acostumbraba  su padre- mi  abuelo -  a  mecerlo  cada   atardecer  cuando  el  frío del campo  ascendía por entre  los  palmares hasta  la  casa de vivienda.
Una  noche  de  invierno, el   padre   contaba  historias  y el niño lo miraba  con  la  asombrada  profundidad de   sus  ojos  azules...  hasta  que  ocurrió lo  que   les  cuento...
La  familia  entera  fue  sobresaltada  por  el  retumbar  de  los  cascos y  el  piafar  descontrolado de  una  veintena  de  mulos  en el  potrero cercano al río. 
_“Carajo, otra  vez los  perros correteando los  animales” - pensó  el  viejo, pero la idea quedó en  suspenso  al  ver los  perros  espantados  correr  hacia  el  amparo  protector  de  sus  piernas lanzando.
Su  mirada   aguda comenzó  a  recorrer  el  campo  arado bajo  la   luz  tenue  de  la naciente  luna.     
De entre el paso del río y la  espesura  emergió  la  pesadilla.   Era  un bulto impreciso,    oscuro,  de  andar bamboleante;     se destacaba en   la  negrura  de  aquel  cuerpo gigante,  una  pequeña  cabeza totalmente redonda  con  dos  ojos  cual  tizos  de carbón   que giraban  en todas  direcciones. No existían  extremidades, solo la  mole que  avanzaba.
- Mira, Niño-  le  dijo al  hijo...
-!Hay, hay, pipo,  QUE  COSA  ES  ESO!-  gritó  el  pequeño  aterrado, refugiándose  en los  brazos del  padre.
- No, na, eso  no  es  na,    vamos pa´ dentro.
Con  agilidad separó  el  taburete  y pasando a duras penas,  entre el   tropel de  perros  que  pugnaban  por  entrar, cerró  la  puerta  del  frente y mandó  a la  asustada  mujer  a  hacer  lo  mismo  con  las  ventanas. 
Un chiflido,  no salido  de  garganta  humana  o  entraña  de  animal conocido,   rasgó  el  frío de  la  noche  y se le  incrustó en el  pecho.
El  espanto  se  dibujó  en los  rostros.  
El  viejo  reaccionó.
-    _  ¡Coge  aquí  al  muchacho, carajo! - gritó a la mujer.
Alcanzó  de  un tirón  la  correa  del  fusilito  22  que  colgaba  de  un clavo.   Impuso  silencio    y  salió  al  portal...
... los  mulos  continuaban su  cabalgata, secundada por la  agitación   de  poderosos  fuelles   entre  sus  costillas...
La  cosa  se  acercaba  a una  mata  de  naranjas  agrias   que-  solitariase  alzaba  en medio del  potrero.  Dos  disparos  rasgaron  las  sombras  y  su  eco  retumbó  en  el  monte  cercano.  Otro  chiflido  apuñaló  la  noche  y  los  mulos   arreciaron  su  frenética  carrera apenas  contenida  por  las ya  endebles  cercas de  alambre.
El horror   había  llegado  al  tronco de la  mata  de  naranjas,   la  que se  agitaba  como   acometida  por vientos de los  cuatro  puntos. Imprevistamente, el silencio arribó.   Los  mulos detuvieron  su  estampida;  temblorosos, con  los hijares  escurriendo  espumoso sudor   y  las  orejas  inclinadas  hacia  el  bosque; los  perros  comenzaron  a  ladrar  furiosamente  y aquella  cosa   se desvaneció  entre el  velo de la  noche  y  la oscuridad  impuesta por una  nube que  ocultó por  instantes  el  plato rebosante de la  luna llena.
La  quietud reinó, pero  el sociego había  sucumbido, para  dar  paso  al  más elemental de los miedo.
Nadie  se fue a la cama, y  en  la  mañana  siguiente,  solo los  mayores  se  permitieron   la  salida  a los  potreros  y  sembradíos.  Los  niños  y  las  mujeres  permanecieron  al  amparo de  la  casa.  Un silencio  mortal  se  cernía  sobre el  campo  y  del  bosque  cercano, ante lleno de  cantos, escurría el  sordo del  río  entre  las  piedras  y  los  troncos arrastrados por   pasadas  crecientes.
El  pequeño  valle  dejó de  respirar...
Solo la  mata  de  naranjas, fulguraba  en verdor  repulsivo bajo el tenue  sol de  invierno  

II

Chucho  Boza, el  menor  de  los  hermanos, había construido su    hacienda  al  otro  lado  del río. Allí   enderezó su  mundo, lleno de  animales,  "mucha carne - como  siempre  decía-  y   numerosa  prole.
Era un incrédulo;  y él  mismo  se  calificaba  de  práctico,  emprendedor  y despechugado.    Al  escuchar  a las  personas  plantearle   lo imposible  o lo  inexplicable, soltaba  la  risa, achinaba  los  ojos  y   les  soltaba sin preámbulo:
- No comas  Mierda.- y  volvía  a sus  ocupaciones  sin hablar  más  del  asunto.
Esa  mañana,  mi  abuelo  lo  encontró   en las  márgenes  del  río,  sobre el recodo  de  suave  pendiente, donde la  espesura penetraba  el bado.
 Chucho amontonaba el  palmiche  recién desmochado  sobre  una  balsa de  cujes, suspendida  dos metros del   suelo;  debajo de  esta, una  veintena  de  puercos  se  afanaban en comer  los  granos  desparramados  sobre  sus  lomos.
-¿Oíste  lo  de  anoche?
-Ajá..
-¿..Y  qué  crees  de  eso?
-Na... ¿Lo viste?
-Lo vi..
-¿A qué se parecía?
-A nada  que  conozcas, ni  que  yo  haya visto... es  espantoso ¿Qué  crees  que  sea?
Chucho dejó  el  palmicho  a un lado,  se  pasó  las  manos  sucias  por  las  perneras  del  pantalón,  miró  al  hermano  con  ojos  reidores  y  le  soltó:
-Mira, pa mi  es el  diablo o algún primo d´el.  Hace  cuarenta  años, según  dicen, eso  pasó  por  aquí  y  no  quedó  guajiro que  no  se perdiera  de  to´ esto. 
Guardó  silencio unos   instantes para  luego  agregar sin su acostumbrada   sorna:
-“ y si  el  diablo,  anda  suelto,  lo  vamos  a  coger...”
-“Siempre  hablando  cativía” - pensó  mi  abuelo. ¿Como  lo  piensas  coger?- preguntó.
-Con la  escopeta  y  el  perro  Machado...
Escupió  un trozo  de  mascada  de  tabaco  y  continuó...
-Esta  noche  es  17  de  diciembre... ¿no es  así?,  ...bien,  manda  a  los  muchachos  y la  mujer  pa  casa  de  Miguel  Linares,  que  celebran bembé;    yo  me  voy  pa´ allá, pa´ tu  casa   con  el  perro  y  la  escopeta, y  voy  a llevar  el  dominó. Sí  sale, lo  vamos  a  encender.
-Chucho, esa  es  una  cojonada, con  eso no se  juega- no  pudo  contenerse  mi  abuelo.
-Yo no  juego, Gabriel, hay  cosas  con  las  que  no  juego - le  aspetó  chucho, ahora  serio y  concentrado - Vira  el  caballo  pa´ allá,   suelta  temprano  y  me  esperas...   

III

A  las  seis  de la  tarde,   ya  todos habían comido. Las  mujeres  y  los  niños se  disponían a  salir  para  la  casa de los Linares, al  otro  lado de  las  colinas.
-¿Viejo, Tú  crees  que  van estar  bien?   ¿No será   una  barbaridad  lo  que  van a  hacer tú  y  Chucho?
-Lo  que  sea  será. - arguyó  él   con  un   nudo  en la  garganta.
Al  salir   la  madre y los muchachos   ya  se  escuchaba  la  voz  de Chucho  por  el  paso del  río  llamando  a Machado  y  tarareando  una  tonada.  Minutos  después, se  le  vio  con la escopeta  en ristre y  la  caja del dominó  en la  otra.
Gabriel  prendió el  farol,  a  pesar  de  no  haber  desterrado  la  noche  los  últimos  destellos  del día,   lo  colgó  de  un   alambre  en el  portal,   sacudió  la  mesa  con  el   nylon del  tabaco  y  se  sentó  a  esperarlo.
¿Qué  hay? - Preguntó  Chucho;    ¿La  tropa,  pa´ casa e Miguel?  ...bien, bien...Machado, Toma  aquí - voceó  al  enorme  perro  criollo,  que  en  instantes  se  echó  bajo  la  mesa.
Chucho   abrió  el  nylon del  tabaco  y  comenzó  el  ritual de  la  torcedura,  mi abuelo  lo  imitó.
La  mordida,   el humazo  y  a  jugar  dominó.
-“Vaya el nueve...”
-“Pulla...”
Estuvieron  allí hasta  más allá de la  media  noche; a veces,  el  perro    salía de su soporgruñia hacia el monte y  continuaba el sueño. En tales  momentos  el juego se detenía, las  manos  buscaban  la  escopeta  y  el  fusilito, para  instantes después, devolverlos   al rincón.  
El  chiflido  los tomó  por  sorpresa.   Machado  estiró  el cuello y  se lanzó con  aullidos de  muerte hacia  el  oscuro  campo.
Desde la  espesura  surgió  la  figura  bamboleante  de  ojos encendidos.
-Ven pa´ acá, carajo,-  rugió, más  que  voceó, Chucho,   mientras  sus  manos huesudas abandonaban el cabo de  tabaco entre las  fichas y montaban la  escopeta  con  movimientos  diestros.  Hizo dos disparos,   acompañados  cada  uno  del  aullar  de  los  perros, la desbandada de los  animales  en el  potrero  y  el  chiflido  horroroso.
-Coge, carajo, coge; Métele  Machaooo. 
Un tercer  disparo  y  Chucho  se desmayó en brazos  del  hermano.
¿Qué  hiciste? ¿Que te pasó?
Chucho  abrió  los  ojos  lentamente... de las comisuras de sus  labios  resbalaban sendos  hilillos de  sangre.
-Tranquilo, estoy  bien, no- pasa-  nada;  solo  me  mordí  la  lengua...
Hizo  una  pausa para  luego  agregar
- Gabriel,  Creo que  maté  al  diablo.  Lo  sentí  en las  manos y  en el  cuerpo...   dame  agua, me arde   la  garganta...
Mi abuelo corrió   a la tinaja  y  le alcanzó  una  lata  con  agua.  
- Mira  a  ver  palante... , mira a ver  qué  es  ese  resplandor  rojo...
 En medio del  potrero  ardía,  con  grandes  llamaradas,   la  mata  de  naranjas cajeles.  Recortados  contra  el  monte, por  el  resplandor siniestro de aquel  fuego danzante, se  veían los  mulos  que, a pechazos,  habían roto  las  cercas  y  se  desparramaban  locos  de  espanto.   El  cielo, antes  limpio de  nubes  y  con  luna llena, se  mostraba  encapotado  y  amenazante.  Un relámpago  cruzó  el  cielo  y  las  gotas  frías, fuera  de  estación, comenzaron  a  golpear  la  tierra. 

IV

Los  garranchos   humeantes  de la  mata de  naranja  apuntaban al  cielo de  la  mañana.   La  tierra alrededor se  veía  hoyada  por los rastros  indescriptibles,  e impregnada  de  un hedor insoportable. Huesos calcinados, y deformes,  se  esparcían  en forma  caótica...
 Al  perro,  se  le  buscó   sin resultado y al espanto que caminaba en la noche, o lo que fuera,  no se  le  ha  visto  jamás.
Ya en la  familia apenas se   recuerda  esta  historia.   Ha pasado  mucho  tiempo  y  la  finca cambió de dueños.   Chucho  murió  en los  80 y  nunca mencionó lo  ocurrido, pero sin dudas  lo  recordó  hasta  el  fin de  su  vida. 
Mi  abuelo  falleció reció en el 2009  y siempre contó la historia, agregándole  o  quitándole, según  estuviera su  memoria.  La mata de naranjas resucitó y permanece  en medio  del  monte. Al parecer atrapó el sonido y los trinos para  no  liberarlos  jamás.
“Árbol del Diablo” - le  dicen.
Por  algún oculto motivo su imagen invita a la más  incomprensible  repulsión; árbol protegido por fuerzas inexplicables.
 Algún día cavaremos  bajo  su  tronco,

No hay comentarios:

Publicar un comentario